Cerrando capítulos
Antes, cuando tenía muchísimo tiempo libre, antes de conocer las tragedias universitarias, las amanecidas obligatorias de nosotros los publicistas y antes de tener no uno, sino tres bebes uno detrás del otro; antes de todas estas cosas descubrí la dicha de entregarme a la lectura sin horarios y sumergirme en esas historias que luego de ajenas se convertían en mi verdadera vida.
Con esta pasión por la lectura también descubrí la tristeza que me da terminar un libro. Para mí terminar un libro, es como terminar una relación amorosa. Me deja un vacío en el corazón como si hubiera terminado con alguien. Me crea una espacio en la rutina que no sé con qué llenar hasta que descubro la inminencia de otra obra literaria.
Y es que un libro lo tiene todo. Tiene lugares que crees transitar a través de sus palabras. Crees que has ido al campanario donde los protagonistas se besaron esa primera vez, o crees que has sumergido, por ejemplo, tus pies en ese mar japonés en el que Sayuri veía pescar a su padre. Sí, crees que los protagonistas son tus amigos, que ríen y lloran contigo, que crecen y cometen errores con o sin tu consentimiento. Un libro tiene todo lo que a veces necesitamos en nuestra realidad.
Yo me he sorprendido varias veces llorando en medio de un cumpleaños de niños, inmersa en mi lectura sin darme cuenta del bullicio de mi entorno. También me he exaltado con una noticia y se me ha acelerado el corazón como si de ella dependiera mi futuro.
Entonces, después de todas esas situaciones intimas que compartimos con esas letras impresas, cómo no llorar al terminar una relación tan intensa?
Yo tengo una solución bastante inmadura pero que me ha funcionado a lo largo de los años. Cuando estoy terminando un libro empiezo a leerlo más lento, una página al día, para atrasar ese agrio momento del final. A veces, lo archivo y retraso ese final hasta que me siento preparada para terminar. Una vez, hasta inicié la lectura de nuevo, para asegurarme de entender cada uno de los detalles que quería compartir conmigo el escritor.
Después, cuando por fin decido terminar, me quedo vacía. No hay final que me llene. Ningún autor ha sabido describir cómo seguirán creciendo las florecitas del pasaje que comunica a la casa. Como será la vecinita del protagonista de grande. El amor que se juraron cuantos años durará, o terminará luego de que yo termine de leer el libro? Qué pasó con tal o cual personaje secundario que nunca más mencionaron en la historia y que a mí me causó tanta impresión. Por ejemplo, en una de las lecturas de Isabel Allende, ella menciona a una niña que se va volando en el patio de su casa al tender una ropa, nunca la menciona más en el libro, sólo esa línea, y para mi es lo más fascinante de la historia.
Nadie ha podido satisfacer todas estas preguntas en un libro, así que no me queda otra cosa más que seguir terminando con mis libros y seguir conociendo nuevos ejemplares que entretengan estas horas insatisfechas con historias inconclusas…
Con esta pasión por la lectura también descubrí la tristeza que me da terminar un libro. Para mí terminar un libro, es como terminar una relación amorosa. Me deja un vacío en el corazón como si hubiera terminado con alguien. Me crea una espacio en la rutina que no sé con qué llenar hasta que descubro la inminencia de otra obra literaria.
Y es que un libro lo tiene todo. Tiene lugares que crees transitar a través de sus palabras. Crees que has ido al campanario donde los protagonistas se besaron esa primera vez, o crees que has sumergido, por ejemplo, tus pies en ese mar japonés en el que Sayuri veía pescar a su padre. Sí, crees que los protagonistas son tus amigos, que ríen y lloran contigo, que crecen y cometen errores con o sin tu consentimiento. Un libro tiene todo lo que a veces necesitamos en nuestra realidad.
Yo me he sorprendido varias veces llorando en medio de un cumpleaños de niños, inmersa en mi lectura sin darme cuenta del bullicio de mi entorno. También me he exaltado con una noticia y se me ha acelerado el corazón como si de ella dependiera mi futuro.
Entonces, después de todas esas situaciones intimas que compartimos con esas letras impresas, cómo no llorar al terminar una relación tan intensa?
Yo tengo una solución bastante inmadura pero que me ha funcionado a lo largo de los años. Cuando estoy terminando un libro empiezo a leerlo más lento, una página al día, para atrasar ese agrio momento del final. A veces, lo archivo y retraso ese final hasta que me siento preparada para terminar. Una vez, hasta inicié la lectura de nuevo, para asegurarme de entender cada uno de los detalles que quería compartir conmigo el escritor.
Después, cuando por fin decido terminar, me quedo vacía. No hay final que me llene. Ningún autor ha sabido describir cómo seguirán creciendo las florecitas del pasaje que comunica a la casa. Como será la vecinita del protagonista de grande. El amor que se juraron cuantos años durará, o terminará luego de que yo termine de leer el libro? Qué pasó con tal o cual personaje secundario que nunca más mencionaron en la historia y que a mí me causó tanta impresión. Por ejemplo, en una de las lecturas de Isabel Allende, ella menciona a una niña que se va volando en el patio de su casa al tender una ropa, nunca la menciona más en el libro, sólo esa línea, y para mi es lo más fascinante de la historia.
Nadie ha podido satisfacer todas estas preguntas en un libro, así que no me queda otra cosa más que seguir terminando con mis libros y seguir conociendo nuevos ejemplares que entretengan estas horas insatisfechas con historias inconclusas…
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