domingo, enero 17, 2010

Lo que vi en Haití

Esto no es una nota periodística y no creo que ninguna agencia pagaría por publicarla, esto es una necesidad de desahogo para poder dejar atrás la impresión y volver a mi vida diaria luego de una visita a la ciudad de Puerto Príncipe en Haití. Fui con la misión de entregar un donativo de agua y hielo del Grupo Empresarial Alaska y para ayudar a mi padre Séntola Martínez que estaba allá desde la noche del terremoto, el martes 12 de enero, trabajando como encargado del operativo de emergencia en el Hospital de Jimaní.









El viaje inicia con nuestra llegada el jueves a la ciudad de Jimaní, específicamente al Hospital de ese pueblo que ya estaba copado de pacientes en condiciones que jamás había visto. Y es que cuando uno acude a una sala de emergencia en un Hospital va por un problema único y especifico, algo como un dolor de estomago o de cabeza, pero en este caso el Hospital estaba recibiendo personas sin brazos, o con ellos en tal mal estado que teníamos que envolverlos en fundas plásticas para que el olor no descompusiera a los que estábamos al lado. Aparte de las heridas los allí ingresados estaban en muy malas condiciones físicas, la mayoría deshidratados, con enfermedades infecciones y respiratorias. A mí me paso que luego de pasar toda una mañana atendiendo a un paciente, me enteré con la prueba de sangre de que era portador de malaria, y aunque eso no se contagia así de fácil, la impresión que tuve fue bastante fuerte.



Los heridos llegaban a la sala de emergencias que ya se improvisaba por falta de espacio en el piso, en los pasillos y en todas partes. Nosotros intentamos mantener a los pacientes cómodos pero la velocidad de ingreso superaba nuestra capacidad de atención. Se atendían y clasificaban de acuerdo a la gravedad de cada uno. Los más graves se enviaron en ambulancias y helicopteros a hospitales especializados del país luego de ser estabilizados.



Pero algo que empeoraba el asunto es que ninguno de nosotros (médicos y voluntarios) entendíamos nada de lo que gritaban los pacientes. Sólo algunos voluntarios nos sirvieron de traductores para aclarar sus necesidades... Allí se ligaron dos culturas tan diferentes como desconocidas, nosotros y nuestras estrategias médicas, ellos y sus gritos, oraciones, creencias y costumbres. Dos mundos tratando de salvar una situación insalvable.


Aun en ese momento tenía el espíritu limpio, aún pensaba que estos casos eran excepciones, que tal vez sólo una pequeña zona había sufrido semejante destrucción causando heridas tan horribles. Pero entonces se me presentó la posibilidad de cruzar la frontera e ir a Haiti. Me subí en una camioneta de SESPAS e iba feliz, hasta me tomé fotos con el agente de la MINUSTAH que nos escoltó al otro lado de la frontera. Todo se presentaba igual a como me imaginaba, un país seco, sin muchos árboles, con bastante polvo como para ahogarte y nada más que ver. Pero cada kilómetro traía consigo una nueva escena de destrucción, primero visualizamos una pared agrietada, luego una pared en el piso y ya cerca de Puerto Príncipe la destrucción.



Lo primero que llamó mi atención fue un mar de gente caminando en la calle, con la mirada fija en la nada, como sonámbulos. Así estaba toda la ciudad llena de gente caminando con sus pertenencias en la cabeza sin rumbo fijo. Los padres arrastrando a los niños entre el polvo y la suciedad. Como si en la esquina siguiente los esperara la solución a su desesperada situación. No tienen casa, ni saben donde están sus familiares, no tienen gasolina, agua, ni vehículos. No tienen nada.



Llegamos a la Zona Franca de Puerto Príncipe en donde estaba instalado el centro de acopio de las instituciones de ayuda dominicanas. Allí estaban los voluntarios de SESPAS, La Cruz Roja, Defensa Civil y otros. Habían cientos de pacientes atendiéndose en camas improvisadas con cartones y pedazos de madera. En el piso con pedazos de sábanas sucias. Allí presencié cráneos abiertos, pies sin dedos, huesos rotos al aire libre, y niños, muchos niños heridos de formas que no quiero recordar.




Los haitianos se acercaban allí transportando a sus heridos en lo que podían. Camionetas, a pie, motores y hasta en carretillas. Como si llevaran animales o pedazos de carne.

Allí conocí a mi nueva amiga Bethina, ella es haitiana. Nuestro primer encuentro no fue muy agradable porque le llame la atención al ver que no sólo estaba tomando una de las bolsas de agua de Alaska que estábamos entregando, sino que estaba intentando llenar una camioneta con las mismas yendo y viniendo a buscar más a la fila de entrega. Le dije: “No llenen camionetas es una por persona”. Y fue allí cuando ella me abordó en un inglés perfecto, con una pronunciación envidiable. Me contó que en su barrio, que por lo visto era igual que el mío de clase media pudiente, se había derrumbado todo. Que parte de sus vecinos estaban aun enterrados y que no tenían forma de sacarlos ni movilizarlos a todos. Que ella y un grupo de amigos, todos ellos muchachos como yo, tal vez hasta jevitos en tiempos menos difíciles, estaban recogiendo de todo para ayudar a sus amigos allí atrapados. Hablamos por más de una hora y descubrí que era una joven muy bien preparada, de buena familia, que las circunstancias la habían colocado en esta situación desesperante y ella no sabía qué hacer.


(Ella es Bethina la de la camisa rosada) Le suministré no sólo el agua que estaba autorizada a entregar sino también alcohol, gaza y todo lo que pude. Anoté su celular con la esperanza de encontrarla al día siguiente y entregarle más suministros de los que teníamos en Jimaní. Pero no fue así.


Abordé la parte de atrás de una camioneta y recorrí las calles de Puerto Príncipe. De esto no pienso abundar porque las fotos lo dicen todo…
Todo era destrucción, todo.



En las calles vi bultos tapados con trapos que parecían basura, y eran sus muertos. Los sacaban de los barrios a la acera de la calle para que el olor no los afectara, para que alguien se los llevara o tal vez, para que alguien los reconociera. Cuando se acumulaban muchos los queman con gomas y gasolina… En ese momento en el que no tenían líder, ni gobierno, ni dinero ni nada, nadie estaba contabilizando sus bajas y nadie se estaba haciendo cargo de enterrar a los muertos.




Supe que hicieron fosas para tirarlos allí y taparlos por montones. Eso no lo quise ir a ver.



Fuimos al lugar en donde están instaladas las Naciones Unidas y la MINUSTAH. No me gustó lo que vi. Frente a nuestros ojos desfilaban las jeepetas como si estuviéramos en un desfile. En cada una de ellas personas con cámaras de fotos y video, no periodista, eran como turistas documentando la desgracia de los otros. Sólo con la cantidad de vehículos que vi allí podían rescatar y movilizar a miles de personas, tal vez a TODAS las personas. Pero no, su misión era más importante y mas diplomáticas. No todos allí dentro estaban únicamente transitando, también habían médicos y militares intentando ayudar a los haitianos que habían logrado entrar en ese paraíso de rescate. Pero por falta de entendimiento o por desinformación dejo de hablar de este tema que desconozco…

Vuelvo al centro de acopio y sigo con mi tarea, cuando de repente entra una camioneta de la Cruz Roja haitiana baleada y un herido, allí empezó el terror. Era de noche y no sabíamos cómo íbamos a salir de allí seguros. Tuvimos que armar una caravana escoltada con dos tanquetas de las MINUSTAH que nos sacara de Haití sin peligro.

Logramos volver a Jimaní pero allí tuvimos problemas con la salida de las patanas y la seguridad de la frontera. Y resumiendo el caso estuvimos brevemente detenidos, Pedro y yo, hasta que mi padre y un comité de rescate aclaró el asunto y nos liberó de culpa.

Haití necesita de nuestra ayuda pero ahora el problema es cómo entregársela. Sin organización y con poca seguridad cada día es como un reloj de una bomba, que agota la paciencia y la decencia de un pueblo castigado. Sea como sea, tenemos que entrar y entregar lo que estamos recolectando de este lado de la isla. Porque sinceramente no vi nada de ayuda allí dentro. Nada, ni una guagua entregando NADA. Las cárceles están vacías, sus propios delincuentes, más los que hoy deben ser delincuentes para sobrevivir están en las calles armados. Si no nos damos de prisa esto se saldrá de control y terminará en desastre, pero en un desastre mayor que nos afectará a nosotros los que vivimos de este lado.

Yo volví pero con ganas de estar allá aunque sea limpiando con gaza y alcohol la herida de una niña que como esta de la imagen tenía la cabeza abierta y la pierna rota y aun así nos sonreía todo el día agradecida de haberle salvado la vida…



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